No soy

May 4, 2010 at 5:35 pm (Uncategorized)

“Una esponja sin dueño

un silbido buscando

resultaba ser yo”

S.R.

Soy aquella trémula cometa de papel, el suspiro de gaviota que desmenuza una pequeña nube extraviada, esa gota de lluvia que nunca toca el suelo. Estoy disuelto en el aire que respiras, me pierdo en el laberinto de tus venas, peregrino desde tus poros al mar y salpico los ojos de impasibles cangrejos cuando rompo contra las rocas.

Me perdí de vista en una batalla cualquiera, de una guerra cualquiera, a la mitad de mi única vida. Es mentira que encontrasen mi cuerpo, pero tal vez sea cierto que lo dejé atrás cuando abandoné mis botas en una cuneta del camino, en dirección opuesta al tronar de la pólvora, a favor del viento húmedo del sur; la misma dirección que seguí yo, ligero, con o sin mi cuerpo.

Vi mis manos teñirse de malva sin dolor durante una nevada tardía de abril, y vi aparecer una mar oscura tras una niebla salobre, y una barca rendida sobre los guijarros, tapizada de rémora y desamparo. La marea subía espesa entre mis pies; no me gustó su caricia taimada en los tobillos y me refugié en el interior de la barca, hecho un ovillo tiritante, cubierto de unas redes pesadas y hediondas a brea, algas y pescado. Tuve sueños en los que miraba a mi madre muy desde abajo y ella me sonreía joven, hablándome de vez en cuando con palabras que yo no podía entender. Y me mecía envuelto en aquella nana de Otilio Galíndez, cuyo eco rebotaba sereno en cada tablón de la barca.

Duerme mi tripón
vamos a engañar la lechuza
y engañar al coco
que ya no asusta.

Duerme mi tripón
que mañana el sol
brillara en tu cuna
y te contará
como fue que un día
perdió la luna.

[…]

Y me sumerjo en un sueño dentro de otro en el que la marea me lleva con ella al bajar, descalzo, temblando de frío envuelto en fétidas piltrafas. Flotando a la deriva en una oscuridad densa, sin estrellas. Ni arriba ni abajo, ni fantasía ni realidad.

Soy el crepitar de la espuma sobre la arena seca, las olas que te revolcaban cuando con pocos años visitabas el mar, y el agua de los oídos y la sal del paladar. Te miro desde los ojos de cada animal que has descubierto, de cada extraño que creías conocer; desde los faros de un coche que te deslumbra; desde esa única luz en algún oscuro bosque, algún frio anochecer. Soy el rayo que pinta en acuarela un día fugaz en tu retina, el susurro de la brisa, el olor de la lluvia, el irisado tornasol del aceite que la contamina.

De aquella guerra apenas conservo el recuerdo del peso del fusil, la dureza de su mecanismo, la violencia del retroceso. Y en algún momento un estallido metálico seguido de un pinchazo ardiente en el pecho, y el zumbido en los oídos de inmensos artefactos bélicos cuyos motores humeantes queman sangre y petróleo. Apreté el puño con fuerza contra mi corazón en llamas, y sentí enfriarse su llanto mientras me alejaba en dirección opuesta al tronar de la pólvora, a favor del viento húmedo del sur. Tomé un último y profundo aliento justo antes de abandonar mis botas en una cuneta del camino.

El bramido colérico del océano me despierta, la herida ha tomado un color extraño y tiene un olor ácido, picante. La fiebre sube y cientos de medusas cubren de suaves besos la barca, y soy un soldadito de plástico, inmóvil, en un frágil barquito de papel en medio del azul incomensurable. Aparecen también tortugas vagabundas de ojos tranquilos que devoran con paciencia las medusas bajo la mirada siempre atenta y escrutadora de unos calamares gigantes, de cuerpos luminiscentes, que me acompañan en fantasmal escolta. Delirando, oigo las advertencias de una luna de cuarto creciente:

-El viaje será largo y penoso; el sol ampollará inclemente tu piel, el hambre será lacerante, los días un anticipo del infierno, las noches gélidas como el espacio exterior. Criaturas marinas intentarán hacer nido en tus oquedades, titánicas olas golpearán tu barca y tu esperanza. Los tiburones murmurarán a tus espaldas.

El tiempo fluye en todas direcciones, los acontecimientos se sortean, los recuerdos se disfrazan de premoniciones de un futuro improbable. Bebo el rocío que exprimo de mi camisa y me alimento de las amargas entrañas de incautos peces que mordisquean las puntas de mis dedos. La fiebre no baja, intento abrazar mi reflejo en el agua y caigo por la borda. Me hundo con los pies por delante, como si el soldadito de plástico se hubiese vuelto de plomo, por los nudos del tiempo. Tardo tanto en bajar que vuelvo a quedarme dormido, arrullado por los diminutos torbellinos del agua y el eco lejano de la nana de mi madre.

En el fondo la tranquilidad es apabullante, el silencio ensordecedor; hasta que, de cuclillas, hundo los dedos en el cieno y levanto una nube violeta de la que afloran miles de cangrejos, de un pálido azul de porcelana. Escojo y persigo a uno de ellos en su errática huida por aquel desierto abisal, hasta que se refugia en el imponente cadáver algodonoso de una ballena, banquete al que no soy invitado a juzgar por el indignado agitar de tentáculos y las  miles de diminutas miradas de reprobación. De pronto llama mi atención una fuente de calor a mis espaldas, radiado por un remoto fulgor que ahora me atrae como a un insecto nocturno. Y como tal, poseso de una inquebrantable determinación, avanzo sin pausa ni atención a los obstáculos hacia aquel resplandor escarlata; y conforme avanzo la pendiente crece y es más pesada la marcha, por el calor, por el azufre.

El apremio se desvanece cuando llego al borde del cráter, donde me siento con las piernas colgando, observando la roca fundida manar. Recuerdo mis manos malva y las arrimo prudente a las colosales brasas del volcán esperando poder por fin calentármelas; y es entonces cuando puedo contemplar mi piel resquebrajada y cómo la corriente caliente devuelve a la superficie mi carne cubierta en ceniza.

Y sigo sin estar convencido de mi muerte, cada vez que abro los ojos estoy en un sitio distinto, soy algo distinto. Los años me han despejado el pensamiento, han ordenado mi memoria; y guardo recuerdos puntuales, escogidos al azar, como los aromas de naranja y clavo y canela y madera y pintura de una mujer cuyo nombre he olvidado ya. Pero me niego a haber perdido la vida en aquella guerra. No soy el instrumento inconsciente de avaricias ajenas. No soy la marioneta muda con sangre en las manos. No soy el jabón de las culpas de los poderosos.

Soy esas estrellas muertas hace millones de años que unes en constelaciones que no se parecen a nada; soy el cian, el magenta y el amarillo. Soy una voz infantil que te tira de la manga, el hálito fresco que entra por tu ventana una noche de verano, la belleza que habita en los ojos de una araña, cada sístole, cada diástole. Y todas, todas las cosas que no puedo imaginar.

[…]

Duerme mi tripón
ya se fue la tarde cansada
y llegó la noche
fresquita y muda.

Duerme mi tripón
abrirá tus ojos
la luz del alba
y te enseñará
ríos y caminos
y la montaña.

Alejandro Millán

Mayo 2010

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1 comentario

  1. mascu said,

    Me gusta…. si hubieses mentado un par de veces al cisne de Ruben darío o a la fuente de Machado o la duda de unamuno te incluiria en un movimiento… no se… pero me gusta el no poder hacerlo.

    Buen sudor lírico destilas

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